De la Ilusión y otras milongas [LVR]

DE LA ILUSIÓN Y OTRAS MILONGAS


Por Por Fran Guillén - 13 de noviembre de 2009
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Decía el escritor y académico de la Lengua Severo Catalina que la ilusión no es ni más ni menos que una agradable aberración de la esperanza. Catalina era un hombre quebradizo, de salud frágil y que murió joven, así que sabía de lo que hablaba cuando se metía en semejantes vericuetos.



Corren malos tiempos para el colchonero de a pie. La ilusión, ese jugador número doce (pero titular indiscutible tantas veces) que para muchos atléticos ha metido más goles que Adrián Escudero y ha parado más balones que Abel Resino, hace tiempo que dio de baja su abono y sólo acude de cuando en cuando, normalmente coincidiendo con fechas señaladas como la del pasado sábado, a ver a su Atleti. Por ello, comprendo que sugerir, bajo semejante panorama, la posibilidad de celebrar algo en verano se antoja una tremenda frivolidad para una afición que no encuentra, Agüero mediante, a qué aferrarse sobre el césped, que hace tiempo dejó a sus gestores y directivos por imposibles y que incluso, en el colmo de la psicosis colectiva, empieza a fruncir el ceño cuando mira de reojo las reacciones de quien tiene sentado a su lado en la grada. Pero, amigos, ella siempre termina dando tregua. Ella siempre vuelve. Y esa ilusión que tantas veces ha mediado para que después de partidos como el Atleti-Mallorca de este año no tirásemos nuestra camiseta rojiblanca al montón de los paños de cocina, tiene un nombre: Europa League.

Lo sé. Sé que lo primero que piensa cualquier atlético cuerdo (no quedan demasiados, no se crean) es “no ganamos ni a las chapas; como para pensar en títulos”, pero creo ciegamente en que el talento de algunos jugadores (y no, no me refiero a Reyes) no va a tardar en salir a flote o, al menos, en volver a su estado natural. Y dicho resurgimiento, aunque pueda parecer una banalidad, apuesto a que es algo profundamente temido (y con razón) por un buen puñado de nuestros futuros rivales.

Metiéndonos en el ajo, si repasamos concienzudamente el plantel de equipos que, presumiblemente, estarán en la próxima fase de la segunda competición continental, los huesos más duros de roer quizá serían Hamburgo (por aquello de la extra motivación que supone jugar una hipotética final en casa), Galatasaray, Benfica, PSV y los vigentes finalistas, Shakhtar Donetsk y Werder Bremen. A ellos habría que sumarle los que, si no hay sorpresas, nos acompañarán en la caída desde la Champions; a la sazón Bayern, CSKA, Marsella, Liverpool, Rubin Kazan, Unirea Urziceni y Standard de Lieja.

Ahora viene la prueba del algodón: señalen un equipo de los aquí citados al que el Atleti no pueda meterle mano. Todos tienen, obviamente, puntos fuertes y jugadores a los que habría que atar en corto, pero recuerdo que también los tenía un Panathinaikos al que terminamos escaldando por partida doble y que, siendo realistas, a nadie se le escapa que posee un nivel idéntico al noventa y tantos por ciento de los equipos del futuro bombo de dieciseisavos de final.

Nueve partidos. Nueve partidos para volver a ganar un título. Nueve partidos para volver a sacar pecho. Nueve partidos para volver a pintar algo en Europa. Nueve partidos para poder quitarle las dichosas telarañas a Neptuno. Y no nos olvidemos de los efectos colaterales: puntos para mejorar considerablemente el coeficiente UEFA (por el que tanto nos lamentamos el pasado mes de agosto) y un viaje a Mónaco para disputarle la Supercopa de Europa (trofeo que, por cierto, al igual que la propia Europa League, aún no conoce las vitrinas del Vicente Calderón) a todo un vigente campeón de Europa.

No pretendo con esto vender humo. Sí pretendo pensar en grande. Porque a muchos se les llena la boca diciendo que el Atlético de Madrid es un equipo grande pero, sin embargo, jamás piensan en grande. Y tirar la Europa League por la borda con el objetivo de “reservarse” para la Liga denota un acomplejamiento preocupante que un equipo con una Intercontinental en las vitrinas y que se quedó a medio Schwarzenbeck de tener una Copa de Europa jamás debe tener, por más tuercebotas que campen ahora por su césped. Si la grandeza no está ni en los despachos ni en el vestuario, que se haga patente de verdad en la grada. Además, qué carajo, ¿realmente alguien quiere ver en la clasificación de la Champions a un equipo chipriota (sí, chipriota) por delante del suyo?

Así que hagámosle caso a Severo Catalina y confiemos en poder pasear por la orilla del Elba (o bañarnos en él, quién sabe) un 12 de mayo de 2010. Aunque sólo sea porque, siendo francos, sin esa agradable aberración de la esperanza llamada ilusión, que ha deformado nuestra realidad unas veces pero que tanto ha ayudado a alcanzar lo imposible en otras, hace mucho, mucho tiempo que tú y yo hubiésemos dejado de ir al Calderón.